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lunes, 7 de septiembre de 2009

Yo, homosexuales, intolerantes y confesiones

Cómo podría alguien respetarme si saliera a la calle con mis botas, una tanga roja y un sombrero vaquero. Sería casi imposible que la gente no me volteara a ver o se riera enfrente de mí: bola de intolerantes que no son capaces de respetar mi gusto por caminar como vaquero en tanga. Vivimos en una sociedad donde reina un espíritu de similitud. Sé que yo soy diferente a los demás, sin embargo, somos similares, usamos más o menos el mismo patrón de conducta, vestimos parecido, utilizamos casi las mismas palabras y comemos lo mismo que todos. Incluyendo a hombres, mujeres, homosexuales y lo que resulte. El problema empieza cuando las personas se salen de esa supuesta normalidad y trasgreden la costumbre: yo caminando en tanga. Éste, me parece, es uno de los mayores problemas de los homosexuales y que han tenido que lidiar con una sociedad sin educación. Qué sé yo del movimiento gay: nada, me he quedado como un simple espectador y sin mucho afán por convertirme en activista. He podido ver, en las marchas gays que se han realizado, que más que buscar respeto y una postura ante la sociedad, se convierten en caricaturas de ellos mismos y se ubican como el centro de todas las burlas y de todos los dedos índices del público. El desfile parece ser su presentación y su posesión en la sociedad. Sin embargo, como lo he podido constatar lo último que ganan es respeto. Entiendo muy bien que el movimiento gay como tal necesita de ese carnavalesca presentación para ganar el preciado lugar en la sociedad y que con toda razón se merecen. De igual manera pasó con el movimiento femenino: las mujeres se ganaron su lugar luchando y manisfestándose, muchas de ellas tuvieron que adaptar actitudes masculinas para ganar terreno. Los homosexuales parecen haber adaptado, a su vez, una actitud provocativa. Lo que les debería de preocupar es que tal movimiento tiene como eje un desfile donde la mayoría del público asiste para burlarse de ellos. Difícilmente van a ganar respeto si se mantienen siendo el centro de atención de un público aún machista e intolerante que los cataloga como hombres pintadas. Por supuesto que hay muchos homosexuales que son magníficas personas, algunos de mis amigos son gays y puedo vivir tranquilamente con uno de ellos. La homosexualidad no está peleada con la calidad humana, para nada. Obviamente son personas como cualquier otra, incluso, está más lejano a mí alguien asexual que un homosexual. Lo que me preocupa es que muchos homosexuales están buscando respeto cuando ni siquiera se respetan a ellos mismos. El tema me preocupa, porque como muchos, me interesa crecer en una sociedad tolerante y educada. Mucho se dice que el gay no es libre hasta que no lo grita a los cuatro vientos, ser libre implica que hasta el vecino sepa que les gustan las personas de su mismo sexo. Entiendo que esa premisa le conviene al movimiento gay que busca acostumbrar a la sociedad con los gustos divergentes, pero, me pregunto: qué necesidad de hacer público algo tan personal. ¿Si a mí me gustan los hombres o las mujeres es algo que les deba de interesar al resto de las personas? Para mí es algo difícil de comprender. Me disgusta igual un hombre que sale a la calle con una mirada lasciva y acosadora contra las mujeres que un homosexual presumiendo de una lívido altamente flamable. Hablamos de reglas de convivencia que nada tienen que ver con preferencias sexuales. Si las personas buscan respeto, el primer paso parece ser respetarse a sí mismos, y por lo tanto, a los demás. Actualmente, el problema de la intolerancia hacia los homosexuales parece tener dos salidas: la homofobia que aún existe en nuestra ciudad y en el país, pero también, la actitud provocadora y ofensiva de muchos homosexuales.